Hace unos pocos días debí someterme a una cirugía en uno de mis ojos, algo muy postergado por mi misma pues odio estar enferma y más aún limitada en mi accionar. Pero ya no se podía demorar. Producido el hecho, las cuestiones surgidas son más que suficientes para constatar otras no esperadas. Pasé 24 hs con un obligado y torturador parche que me dejó con visión en un solo ojo, más la aun hoy no del todo nítida a consecuencia del edema posquirúrgico, complicación al parecer – según la omnipotencia y autosuficiencia de la opinión médica – resultado de las maniobras extractivas de esa maldita catarata ya demasiado endurecida. Y entonces me acordé, – vaya si me acordé – del maravilloso libro de José Saramago, «Ensayo sobre la ceguera». Y de esa frase: …» la ceguera es una cuestión privada entre la persona y los ojos con que nació».
Ese ojo que se niega a reconocer su propia ausencia y que viene a desacomodar la existencia y su equilibrio. Ahora bien, los humanos solemos vivir aveces una forma de ceguera, la del que no quiere ver aquello que ofende a sus ojos y que conforma el popular dicho : «no hay más ciego que el no quiere ver». Siendo estos no ciegos de los ojos, sino del entendimiento. No es mi caso.
Ante un forzoso trance como este, uno advierte con cierta desesperación la amenaza que se cierne sobre el súbito retiro del mundo tal cual era y lo venía viviendo y eso que llamamos » futuro». De golpe y porrazo aparece un real inasible que estalla en el cuerpo y que se hace refractario a su asunción. Experiencia traumática imposible de mediatizar, toda vez que la perdida de la facultad de ver produce un desencadenamiento emocional instantáneo e intenso. Poniéndolo en palabras del psicoanálisis, la pulsión erótica de verlo todo de mejor manera contra la pulsión tanática de impedirlo, que sin Deseo se ha escrito en el cuerpo de uno y de forma (auto)infringida.
– «Hay que tener paciencia, ya pasará, de a poco pasara y se aclarará la visión, vas a estar bien» dicen los oftalmólogos intervinientes resitando ese dircursito y nada más. Mientras tanto dosis infernales de gotas de diferentes tipos, cada dos, tres, cuatro horas hasta juntarse las primeras con las siguientes dada la coincidencia horaria. Y el ojo sigue y sigue turbio. Y al amanecer de cada día peor aún. Para todo esto ya se han instalado las inevitables dudas sobre la eficacia profesional del procedimiento actuado.
La resiliencia, definida como la capacidad de soportar adversidades y construir positivamente algo a pesar de ellas, es algo más facil de enunciar que de construir. Tampoco todo el mundo cuenta con esa facultad en medidas necesarias y exigibles según el trámite que se cursa.
Cuando era alumna cursante de mi carrera de Psicología Clínica en la Universidad de La Plata tuve como profesor al médico y psicobiólogo español Dr Juan Cuatrecasas exiliado en nuestro país a partir de la guerra civil. Autor de numerosos tratados, no puedo olvidarme de sus clases referidas a su obra «El hombre, animal óptico» entre otras, adonde describe magistralmente la trascendencia del aparato visual dentro de la evolución, formación y desarrollo del cerebro humano y sus funciones simbólicas y psíquicas. A su vez cómo una alteración súbita del dinamismo visual puede tener la capacidad de desorganización de las mismas. Para desarrollar su teoría sobre el cerebro óptico del humano, Cuatrecasas se basó en los bastísimos estudios previos del científico ruso Christofredo Jakov.
Me pregunto: -¿Cuantos oftalmólogos y cirujanos del ojo están al tanto de todo lo que expuse eh? Qué saben de las cuestiones psicológicas inherentes a su accionar? Asi las cosas, a fabricar resiliencia mientras tanto apelando a recursos propios como en mi caso. Y confiar.